: "EXEQUIAS VERDES"

Nombre*:Oscar Rico
Género*:Fantástio
Título*:"EXEQUIAS VERDES"
Cuento:
EXEQUIAS VERDES

Cuentan algunos lugareños, que dicen haberlo conocido bien, que su verdadero nombre era Nicolai Rodwosky, aunque en el pueblo se lo conocía como el ruso Nico.

Alto, rubio, espaldas anchas y una mezcla de ruso y español en su dificultosa forma de hablar, este personaje amable y solitario se había afincado en las afueras de Villa Verde hacía ya muchos años y por servicial y bueno se había ganado el corazón de todos sus vecinos, con quienes hablaba cuando venía a la tienda por provisiones o a vender sus mesas, sillas y artesanías que tallaba con finesa ebanista y exquisito gusto.
Nunca recibía correspondencia ya que, aunque mucho no hablaba del tema, se sabía que no tenía familia, ni aquí, ni en Rusia, sin embargo, Felipe el cartero tenía siempre como fin del recorrido la visita a su amigo Nico, quien lo esperaba con un buen vaso de fresca hidromiel que el mismo ruso preparaba con el néctar laborioso de sus abejas.

Ese mediodía que Felipe llegó llamándolo a viva voz y no lo vio salir a su encuentro, pensó que tal vez había bajado al pueblo y no se habían cruzado y, ya a punto de marcharse, pudo ver la pava tiznada de Nico sobre el brasero, crujiendo de recalentada y sin agua.

Lo buscó en los alrededores hasta que por fin lo halló de rodillas frente a un enorme Jacarandá, apoyado en su hacha, con su tez más blanca que nunca y el frío de la muerte en sus manos.

Felipe lloró un rato aprovechando que nadie lo veía. Lo ahogaba el dolor de la pérdida y la angustia de saber que de ahora en más ya no tendría con quien hablar y reír y tomar una copa de hidromiel y contar historias.

Lo entró a la casa como pudo. Felipe era un hombre fuerte pero el ruso era enorme y pesado. Lo recostó en la cama y lo cubrió con una sábana. Luego se marchó a dar aviso a las autoridades.

El delegado cubría la presencia del gobierno, el único abogado del pueblo era como un juez para certificar lo actuado y el oficial de policía que estaba de guardia procedería a llevar adelante las investigaciones del caso.

En realidad no había mucho que investigar ya que al pobre ruso le había fallado el corazón mientras cortaba algo de leña y sólo era cuestión de llevar adelante su velatorio y darle sepultura. Ese último punto fue el que desató una discusión entre las autoridades y Felipe. El delegado, el oficial y el abogado no estaban de acuerdo con cumplir la última voluntad del ruso Nico que siempre dijo que cuando muriera lo enterraran en medio del monte, entre sus árboles amados, cerca de su casa. Decían que no iban a andar enterrando a cualquiera en cualquier parte y hacer de las afueras de Villa Verde un lugar de muertos desparramados por todos lados.

Felipe dio una dura batalla contra la porfía de los tres y lo máximo que consiguió fue que lo dejaran velar sus restos en la casa del monte para que luego ellos trasladaran su féretro hasta el cementerio del pueblo y le dieran sepultura como manda la ley.

Así fue, Felipe fue el encargado de preparar el cuerpo del ruso Nico en el ataúd más grande que consiguieron. Lo vistió con el único traje marrón que el pobre ruso guardaba en su armario y lo cubrió de flores del monte hasta sólo dejar su rostro a la vista. Un par de caballetes de madera rústica que hallaron en un viejo galpón sirvieron para sostener el lustroso cajón con el cuerpo del ruso. La diferencia entre el ataúd y esos caballetes era la misma que podía observarse entre el difunto y la gente del pueblo. Había cosas que venían del pueblo y otras que pertenecían al monte.

Felipe nunca se había detenido a observar el brillo en los ojos de los pájaros, tal vez por lo esquivos que son, quizás porque eran pájaros y no les dio mayor importancia, hasta que vio a un colibrí posarse en la ventana de la habitación donde velaban a Nico. La diminuta ave pareció detenerse en el rostro de Felipe como si quisiera decirle algo o transmitirle el mensaje de alguien más. Por un momento se le erizó la piel pensando que podía ser el alma de su amigo despidiéndose y luego se convenció de que las flores que cubrían en cuerpo lo habían atraído hasta allí.

Estaba el viejo cartero contando los minutos que faltaban para que retiraran el cuerpo y se lo llevaran al cementerio del pueblo cuando sintió un crujir bajo sus pies, una rajadura en el piso de cemento alisado parecía haberse agrandado de repente. Pensó en el intenso calor y se convenció que junto a su cansancio le estaban jugando una mala pasada. Luego se sintió un temblor continuo y en aumento que hizo que se movieran todos los muebles. Eso ya no era su imaginación. Se asomó por la ventana y el rostro de quienes se agolpaban afuera denotaba haberlo sentido también. Con el tercer temblor se agrietaron aun más los pisos y las hendiduras treparon por las paredes y esta vez no paró. Siguió y siguió temblando y agrietándose todo hasta que los pocos que se encontraban en el interior de la habitación salieron corriendo por temor a un derrumbe y quienes estaban en el patio huyeron para alejarse hasta un pequeño claro a más de cincuenta metros de la casa. Cuando los temblores aumentaron en intensidad y se desató un viento huracanado sobre todo el monte, sólo Felipe quedó parado inmóvil al lado de su difunto amigo, en parte por su promesa de acompañarlo hasta último momento y en parte paralizado sin saber qué hacer.

De repente de entre las grietas de las paredes y del piso se asomaron brotes como de una enredadera, pero enormes, de un color verde casi transparente y con movimientos tan rápidos y precisos que parecían un animal, un extraño animal que brotaba en hojas nuevas por todas partes y empezó a cubrirlo todo. Algunos de esos brotes se aferraron a las patas de los caballetes y treparon por ellos hasta el cuerpo del ruso. Cuando llegaron al rostro descubierto entre las flores del monte, se detuvieron en él y, Felipe aseguraría por el resto de sus días que lo acariciaron con la ternura que sólo una madre le prodiga a un hijo.

Un par de minutos después, cuando ya del piso no quedaba sino un montón de escombros y la tierra a la vista por donde trepó ese fenómeno verde, lo que parecían ser las raíces de ese extraño visitante comenzaron a retroceder, haciendo un espacio entre el humus y arrastrando consigo el féretro de Nicolai Rodwosky, el ruso Nico, el único amigo de Felipe el cartero.

Cuando al otro día, Felipe fue citado al despacho del oficial a prestar declaración de lo ocurrido durante el velatorio, sólo se limitó a decir que un terremoto se tragó todo, que él salvó su vida de casualidad y que el lugar es peligroso.

Con el tiempo no quedó rastro en el bosque de la casa del ruso Nico, la gente del pueblo se fue olvidando de a poco. Sólo Felipe siguió visitando el lugar, donde vio crecer hasta hacerse un enorme Jacarandá a unos pequeños brotes que aparecieron aquel día del terremoto.

Muchos años después, el viejo cartero, ya jubilado, dicen que se internó en el monte porque, según dijo mientras se alejaba, un colibrí se detuvo en su ventana… y nunca volvió.

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1 comentario:

  1. El famoso y siempre bien ponderad@: "cama de árbol verde" sigue PRESENTE y lo seguirá hasta que el pájaro mire nuevamente a mis ojos.

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