Cuento*: | Cuatro minutos. La veíamos atravesar la calle principal de nuestra ciudad. Envuelta en pieles y enjoyada; rodeada de recios guardaespaldas. Mirada y admirada por las gentes comunes; mujeres que no soñaban ser como ella pues nadie sueña imposibles hoy día; hombres que reconocían no sólo a una persona de elevada posición social, sino a la misma dueña de la ciudad, de la factoría de carnes que sostiene esta ciudad económicamente y dueña también de sus vidas, la señora Chemak. Era más que rica, era heredera de un linaje de empresarios exitosos con acciones en los mercados internacionales de primera línea. Era una dama de alta sociedad, una jugadora de casinos, una anfitriona de fiestas. Era la señora Chemak, nada menos. Podría deducirse que la ciudad de Cornova, con sus factorías y comercios, era un pueblo residencial o algo así, pero lo cierto es que se trata de una villa pobre, una aldea hundida en la miseria. Pocos entendían que las inversiones de la señora Chemak no contemplaban al lugar ni a la gente a la que debía sus altas ganancias. Dime tú, siendo más realistas, si llegas a entender que Cornova fue la tierra de la promisión para el abuelo de la señora Chemak, en razón a las exenciones impositivas que consiguió de un anterior gobierno, el mismo que sumió a toda una ciudad en ese antro de casas de juego, prostíbulos y comedores populares donde caen a diario los menesterosos que habitan las hacinadas calles de la popular ciudad. Vidas perdidas en favor de una sola empresa que arruina todo lo que toca. Centenares, tal vez millares de esas vidas, se podrían encauzar por el buen camino; multitud de familias se podrían salvar de la miseria, del vicio, de la corrupción, de la muerte, de los hospitales para enfermedades venéreas..., todo con el dinero de esa mujer. Si uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la humanidad, ¿no crees que el crimen, el pequeño crimen, quedaría ampliamente compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una sola vida, miles de seres salvados de la corrupción. Por una sola muerte, cien vidas. Es una cuestión puramente aritmética. Pensábamos así, créeme, pero nos equivocamos. Y lo pensábamos con toda la responsabilidad que implica la idea y plan de un asesinato necesario. Nos movía esa idea de la compensación, prohijada por nuestro organizador, el camarada Mijail. Supo meternos en la cabeza lo de la cuestión aritmética; si esa mujer moría, Dios nos perdonase, si esa única mujer desaparecía cientos de familias renacerían a una nueva vida… Desde esta reclusión en la cual me sobra el tiempo para pensar, no hago más que reconstruir en mi mente todo acto previo a esos cuatro minutos donde terminó mi tiempo de ciudadano libre. Imagínate: pasé a ser, en menos de cinco minutos, un criminal, un reo que espera sentado su sentencia final. Fueron decenas de reuniones secretas; centenares de mensajes dichos por lo bajo de boca en oído; estrechar de manos fraternales sellando acuerdos indiscutibles entre camaradas comprometidos en una causa justa y libertaria…cuánta energía perdida, créeme, qué desperdicio de buen corazón a manos de un solo traidor… La mañana del desastre ya presentía el desatino. Fue ver entrar a la dueña del pueblo rodeada de su séquito de obsecuentes y guardias, la cabeza cubierta para que no notásemos que se trataba de una doble preparada de antemano. Entré por la retaguardia de la sacristía esperando ver en sus puestos a Mijail, Razumin y Krevna, pero sólo llegué a ver a estos dos. Una lluvia de disparos se abatió sobre nosotros. Un escuadrón entero de la policía regimental mató algunos de los nuestros y nos dejó vivos, creo, sólo a dos. No sé qué fue del camarada Razumin. Estoy aislado. Si me he enterado de algunas cosas fue gracias a los guardias. Con calma he sabido escuchar sus chanzas crueles y burlas, pura información para mí, por la que supe que Krevna sigue internado con una bala en su pierna. Y que la gente del pueblo espera una condena ejemplar para ambos, por asesinos, por traidores. Así nos llaman aquellos que quisimos liberar y así lo han sentenciado los jueces del régimen presente. Lo de Mijail me tiene mudo y furioso. Se fue del país antes de la mañana donde debía cambiar la historia. Nos vendió. Ahora se dedicará a dar charlas a los intelectuales liberales del nuevo mundo. Yo me pudro esperando mi condena y pensando que bastaron cuatro minutos de balacera para pasar de ser un revolucionario político a un reo despreciado por la gente a quien amó y que ahora espera nada más que el silencio final. |
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