Publica Tu Cuento: ALAS GRISES


Nombre*:Francisco Araya Pizarro
Web Site (Opcional):franciscoarayapizarro@gmail.com
Género*:Fantástio
Título*:ALAS GRISES
Cuento*:El amanecer en Agrayel nunca llegaba solo: lo hacía por duplicado. Primero, un sol blanco encendía la arena con un fulgor pálido, como si despertara con desgano. Minutos después, el segundo astro —rojo y más cercano— terminaba de colorear el horizonte con un tono sanguíneo. El resultado era una luz oblicua, ominosa y hermosa, que se extendía sobre las dunas como un velo ondulante. Lía Narev avanzaba entre ese resplandor con la chaqueta cerrada hasta el cuello. La arena caliente le rozaba los tobillos y, aun así, mantenía el paso firme. Su destino era la torre Cántico número trece, un cilindro metálico que sobresalía de las dunas como un dedo oxidado apuntando al cielo. Desde hacía tres días enviaba lecturas erráticas.
—"O falla el generador o tenemos un problema más profundo" —murmuró.
Al llegar, conectó su consola portátil y esperó a que los datos fluyeran. Las cifras parpadearon desordenadas, como si la torre intentara hablar en un idioma fragmentado.
Pero lo extraño no estaba en la pantalla, sino bajo sus pies.
La arena vibraba. Apenas un temblor, un suspiro contenido. No era la primera vez que lo notaba: otras torres habían mostrado el mismo fenómeno, aunque los registros oficiales se apresuraban a descartarlo como "actividad geotérmica menor".
Lía sabía que eso era mentira. La vibración tenía ritmo. Tenía intención.
Mientras ajustaba una placa en la base, escuchó el inconfundible aleteo suave de las Tiloris, aquellas pequeñas aves grises que los colonos veían como simples habitantes del desierto. Las criaturas descendieron en un semicírculo casi perfecto alrededor de la torre, como si la estuvieran vigilando.
Y entonces pasó algo imposible.
Las aves empezaron a emitir una serie de notas largas, ascendentes, moduladas con precisión matemática. La torre, como si estuviera escuchándolas, devolvió el sonido con ligeras variaciones. Un diálogo. Un eco consciente.
Lía retrocedió un paso. Nunca en su vida había sentido la piel erizarse tan rápido.
Una de las aves avanzó hasta quedar a menos de un metro de ella. Era más grande que las otras, y su plumaje tenía un brillo apagado, casi metálico. Sus ojos parecían comprenderla de una manera inquietante.
—"Tú no deberías existir…" —susurró Lía.
Su calibrador, que continuaba registrando vibraciones, interpretó las notas que la gran Tilori emitió a continuación y las tradujo en texto. Tres palabras aparecieron en la pantalla:
"Algo despierta abajo".
Esa noche, incapaz de conciliar el sueño, Lía decidió seguir a las Tilori. Sabía que la colonia no aprobaría ninguna expedición nocturna sin permiso, pero la curiosidad le quemaba el pecho de una forma que no podía ignorar. Las aves avanzaban entre las dunas sin emitir sonido alguno, salvo el tenue roce de sus patas contra la arena. Lía caminaba detrás, guiándose por la luna doble que iluminaba el paisaje con un blanco quebrado. Después de casi dos horas, llegaron a una depresión amplia, donde la arena formaba un remolino natural. Allí, tres grandes aberturas circulares se escondían entre sombras. Parecían bocas gigantes abiertas en silencio.
—No pueden ser obra humana —susurró Lía.
El interior descendía suavemente, como un túnel erosionado por siglos, aunque la perfección de sus paredes sugería mano inteligente. Vela Gris —pues ya no dudaba de que ese era el nombre de la gran Tilori— avanzó sin temor. Lía dejó caer un dron esférico y lo activó.
La pequeña máquina flotó hacia la oscuridad.
Minutos después, las imágenes comenzaron a llegar a su visor.
Cámaras vestidas con inscripciones brillantes.
Grietas que dejaban ver un material parecido a un mineral vivo.
Estructuras que latían muy levemente, al ritmo exacto de las vibraciones que había sentido en la arena.
Y entre todo aquello, fragmentos corroídos de dispositivos desconocidos, todos con un patrón en su superficie: líneas circulares repetidas, como una espiral detenida en medio del tiempo.
El dron detectó otra vibración y un mensaje emergió en su pantalla:
"Receptores acústicos. Antiguos."
Lía tragó saliva.
El dron avanzó más. Llegó a una cámara donde un dispositivo ovoide —del tamaño de un pequeño vehículo terrestre— se abría y cerraba con movimientos lentos. Una especie de órgano artificial capaz de escuchar, interpretar y almacenar sonidos. Era una tecnología muy anterior a la llegada humana.
Entonces, Vela Gris se posó frente a la cámara del dron y emitió una nota prolongada.
El ovoide respondió. Las placas externas se abrieron como pétalos de una flor mineral.
Nuevas palabras aparecieron en la pantalla de Lía:
"La tormenta no ha muerto. Regresa."
La respiración se le atascó en la garganta.
Había leído archivos sobre las antiguas tormentas de Agrayel, fenómenos legendarios capaces de arrasar con ciudades enteras. Pero siempre se dijo que eran cosa del pasado, extinguidas gracias a las torres Cántico.
Y, sin embargo, las Tilori afirmaban lo contrario.
El túnel ocultaba un archivo vivo… y estaba despertando.
Cuando Lía comunicó sus hallazgos en la base colonial, el Jefe de Seguridad la miró con los ojos entrecerrados, como si intentara decidir si estaba mintiendo o simplemente había perdido la cordura.
—"¿Aves que hablan con tecnología enterrada?" —Dijo Korben, recargándose en su escritorio—. "¿Y qué nos advierten del fin del mundo?. Narev, esto no es un cuento para niños".
Lía proyectó los datos. Korben los ignoró.
—"Son coincidencias acústicas. Nada más. Lo de los túneles debe ser una erosión anómala. Y si nuestras torres fallan, es porque algún animal está interfiriendo. No sería la primera vez".
—"No son animales comunes" —dijo Lía, conteniendo la rabia—. "La torre respondió a sus cantos. Eso no es una casualidad".
Korben golpeó la mesa con el puño.
—No permitiré que algo que no entendemos ponga en riesgo la colonia. Si esas aves están interfiriendo, entonces la solución es simple: eliminarlas.
—"No puedes hacer eso" —replicó ella—. "Son parte del ecosistema del planeta. Si las atacas, podrías…"—
—"Decisión tomada" —la interrumpió él—. "Los drones de purga entran en operación al amanecer".
Lía sintió que el estómago se le hundía. No tenía autoridad para detenerlo… pero sí para actuar por su cuenta.
Y eso haría.
Antes de que el primer sol emergiera en el horizonte, los drones de Korben ya surcaban el aire. Emitían un zumbido eléctrico que se mezclaba con el silbido del viento caliente.
Lía había salido antes que ellos. Sabía exactamente dónde encontrar a Vela Gris.
Las Tilori estaban reunidas sobre una duna alta, alineadas como si hubiesen estado esperándola. Ninguna mostraba miedo. Al contrario: parecía que estaban cuidando un secreto enorme justo bajo sus patas. La arena volvió a vibrar. Esta vez, con una intensidad que hizo que Lía perdiera el equilibrio. Vela Gris lanzó un canto agudo, tan potente que perforó el viento. Las demás aves respondieron en coro, modulando tonalidades que parecían entrelazarse en un tejido sonoro. La duna retumbó.
Y el desierto se abrió.
La arena formó un gigantesco remolino. De las profundidades emergió una estructura colosal, mezcla de máquina y organismo: un entramado de placas hexagonales que se abrían y cerraban como un pulmón artificial.
—"Dios mío…" —susurró Lía—. "El Regulador Ancestral".
Un sistema climático del que la colonia apenas tenía vagas teorías. Creían que estaba muerto desde hacía siglos. Pero estaba allí, renaciendo, como si hubiera estado esperando la señal de las Tilori.
Los drones llegaron segundos después. Al detectar el coloso, se activaron en modo ofensivo.
—"¡No!" —gritó Lía.
Demasiado tarde.
Los drones dispararon.
El Regulador respondió instintivamente: lanzó una onda de presión que hizo estallar a las máquinas en pleno vuelo. Los fragmentos ardientes cayeron sobre la arena como lluvia metálica. La atmósfera tembló. Gran cantidad de aire pareció comprimirse al mismo tiempo. Se formaron turbulencias oscuras en el cielo.
Lía corrió hacia Korben, que observaba desde una prudente distancia.
—"Detén a los drones restantes" —le exigió—. "Ese organismo está ligado al equilibrio atmosférico. ¡Si lo atacas, desestabilizarás el planeta!".
Pero Korben ya no la escuchaba. Ante él, la gigantesca estructura no era más que otra amenaza que debía destruir.
Y así, ordenó un segundo ataque.
El Regulador comenzó a absorber la energía de las torres cercanas, como un agonizante que inhalaba desesperadamente. Si continuaba, la atmósfera cambiaría de forma irreversible.
Lía, con lágrimas de frustración en los ojos, se arrodilló frente a Vela Gris.
—"No entiendo esto. No sé cómo detenerlo. Ayúdame… por favor".
La Tilori acercó su cabeza, y su canto —primero suave, luego creciente— se convirtió en un patrón complejo, casi doloroso de escuchar. Lía, temblando, conectó su consola y comenzó a reproducir la secuencia. Una serie de tonos surgió del dispositivo, replicando la geometría sonora del canto. El Regulador se detuvo. Luego, comenzó a estabilizarse. Las placas volvieron a cerrarse de manera rítmica. El cielo dejó de sacudirse. La arena dejó de vibrar.
Korben, impotente ante lo que veía, intentó lanzar un último ataque con los drones restantes. Pero Vela Gris se interpuso y emitió una nota tan profunda que pareció perforar la mente del coronel.
El hombre cayó de rodillas, aturdido, incapaz de hablar.
Los colonos llegaron entonces, convocados por el estruendo. Se quedaron en silencio al ver a Lía, al Regulador en calma y a las Tilori formando un anillo protector.
Lía se levantó y habló con voz firme:
—"AgrayeI no es un desierto muerto. Es un mundo que respira. Y estas aves… ellas no son simples criaturas. Son parte de su memoria. De su defensa. Podríamos convivir, si aprendemos a escucharnos".
Vela Gris se posó sobre su hombro apenas un instante. Luego levantó vuelo.
Las demás Tilori la siguieron, formando una espiral perfecta que ascendió hacia los dos soles hasta disolverse en la luz. El Regulador Ancestral quedó integrado parcialmente a las torres humanas, que desde entonces fueron recalibradas siguiendo patrones derivados de los cantos de las Tilori. Se prohibió por completo cualquier intento de purga o desplazamiento forzado de la fauna autóctona.
Con el tiempo, los colonos aprendieron a interpretar ciertos sonidos: breves avisos sobre fallas en la presión, pequeñas advertencias sobre corrientes subterráneas. Los más supersticiosos colocaban semillas cerca de los edificios para atraer Tiloris, convencidos de que traían buena fortuna. Lía salía cada noche antes de dormir a esperar sobre la baranda exterior de la estación. A veces, una sola Tilori aparecía, siempre silenciosa. Otras veces, era una bandada entera ofreciendo un concierto suave, como si recitaran fragmentos de antiguas canciones.
Lía no sabía si las aves realmente entendían lo que cantaban. Pero ella sí entendía algo esencial:
AgrayeI no olvida.
Su historia vive en alas pequeñas.
En ecos enterrados.
En vibraciones que recorren el desierto como frases sin dueño.
Cuando la noche era especialmente tranquila, una de las aves se quedaba junto a ella, moviendo la cabeza como si le hiciera una pregunta silenciosa.
Y Lía respondía siempre de la misma manera:
—"Estoy escuchando".
Porque en Agrayel, solo sobrevivía quien sabía hacerlo.
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