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ARMARIO DE CUENTOS: Publica Tu Cuento: LA VIDA ES BUENA

Publica Tu Cuento: LA VIDA ES BUENA


Nombre*:CARLOS ALBERTO
Web Site (Opcional):https://www.instagram.com/ca.4778
Género*:Drama
Título*:LA VIDA ES BUENA
Cuento*:Gilberto caminaba desconcertado por la avenida José Alvarado. Su corazón sangraba de recuerdos dolorosos que estallaban en cascada en sus ojos en forma de lágrimas. Su boca gemía con agonía. Sus piernas deambulaban. Sus tenis viejos arrastrábanse por la tronada banqueta atestada de charcos, como embarcaciones surcando grandes olas.
Era una tarde lluviosa y muy fría de enero. El humo de los motores calientes de los coches salía por las rendijas de los radiadores. Las ramas desnudas de los árboles se sacudían tristes por el aire helado.
En una habitación desolada, lloraba desconsolada la madre de Gilberto. Con sus temblorosas manos cogía firmemente un suéter naranja de adulto. En las repisas permanecían erguidos retratos de una familia feliz. Por los corredores de la casa sonaba la melodía de una canción triste. Hace un año la casa gozaba de alegría y prosperidad. Era lidereada por un padre amoroso, que hacía diez años había conocido a la madre de Gilberto.
Cuando nació Gilberto, conoció a su hermano de cuatro patas y de nariz traviesa, "Simons"; un cachorrito Beagle que se la pasaba lamiendo continuamente sus manitas. Después de un tiempo esas manitas crecieron, acariciándole después con ternura su cabecita con pelo color beige. Pero el destino visitó la vida de la familia y se llevó al padre amoroso y su hermanito fiel…
Vestido nada más con un rompevientos gris y una pantalonera azul, Gilberto había salido rápidamente de su casa después de haber discutido con su madre. No se había dado cuenta de lo frío de la tarde. Después de doblar una esquina sintió el viento helado en su rostro. La llovizna había arreciado, impactando sutilmente en sus mejillas, mezclándose armoniosamente con sus lágrimas. Su mirada se enfocó en el camino, y se dio cuenta que estaba en la avenida Paseo del Valle. Era una avenida muy larga que llevaba al municipio de Guadalupe. Se detuvo un momento, tratando de entender lo que estaba pasando, pero el rumor de un claxon interrumpió su meditación.
- Oye niño, ¿sabes dónde está Soriana? – Le preguntó la voz de un amoroso hombre. Gilberto volteo extasiado, pero de inmediato agachó con tristeza su cabeza empapada, descubriendo que no era su padre.
- ¿Para dónde vas? ¿No quieres que te lleve? ¡Estás todo empapado!
Las gotas de lluvia escurrían pausadamente por la barbilla del dolido niño. Su cuerpo comenzaba a temblar de frío. Después de unos segundos levantó dócil su cabeza para fijar la mirada en el hombre que le hablaba. Sus ojos parpadeaban continuamente ante el embate de la fuerte llovizna.
- Soriana está doblando aquella esquina. Después todo derecho hasta donde topa, y hay un semáforo. Y a la izquierda puede ver el anuncio. – le dijo Gilberto al chofer, con el brazo derecho extendido señalándole el camino.
- ¡Ah! ¡Pues está aquí cerquitas! ¿Tú para dónde vas?
- Pues… yo vivo cerca de la tienda.
- Pues… te llevo. Súbete.
El gentil hombre abrió la puerta del copiloto, de una camioneta Chevrolet pick Up S10 1990, bicolor gris azul, delineado por un perfil plateado que rodeaba la parte inferior de casi toda la carrocería.
El empapado niño tímidamente subió a la camioneta. Se acomodó sentado con las manos metidas entre las rodillas de las piernas, para tratar de calentárselas. Siguió temblando de frío. Su mirada triste quedó fija en el tablero. Sólo escuchaba las débiles melodías de la radio.
- Oye, y ¿cómo te llamas? – peguntó el caballero con suave voz.
El pequeño volteo para mirarlo, pero no dijo su nombre. Quedábase contemplando el rostro perfecto de la persona. Tenía una tez blanca limpia, ojos azules penetrantes, cubiertos por unos anteojos transparentes con marco color dorado. Tenía un cuerpo delgado; vestía una chaqueta de cuero negra, y un pantalón de mezclilla color azul.
El indulgente chofer extendió su exquisita mano blanca, para tocar el tierno rostro de su acompañante, y secar sus suaves mejillas. Gilberto cerró lentamente sus ojos. Comenzaba a sentir calor en su cuerpo. Su respiración disminuía armoniosamente. Su cuerpo comenzaba a ablandarse ante las caricias sutiles. Su cabeza se balanceó en dos ocasiones para luego caer en el seno del hombre. Al sentir un abrazo paternal, levantó sus piernas para tenderlas a lo largo del asiento. Quería dormir como en aquellos momentos, cuando su padre le despedía el día en su cama.
De pronto su cuerpo palpitaba ante una caricia que no había sentido antes. Sentía su respiración nuevamente alterarse. Quería incorporarse, pero un deseo incontrolable lo vencía. Su boca gemía inconscientemente. Antes de entregarse por completo ante aquél extraño amor, sonó una melodía en la radio. Al instante su corazón reaccionó, y su rostro estalló en llanto. Se incorporó, y con descontrolable angustia abrió la puerta de la camioneta, para luego salir corriendo, atravesando la avenida José Alvarado.
El hombre continuó circulando por algunos minutos con su rostro impávido. En la radio se escuchaba al locutor que despedía la canción, Óyeme, de la cantante Mónica Naranjo.

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