Publica Tu Cuento: 8240000


Nombre*:Francisco Araya Pizarro
Web Site (Opcional):franciscoarayapizarro@gmail.com
Género*:Fantástio
Título*:8240000
Cuento*:EL CICLO DEL QUINTO SOL
La selva respiraba como un organismo vivo. Entre raíces que parecían cables oxidados y ruinas de concreto que todavía susurraban fragmentos de memoria digital, los sobrevivientes de la Actualización Final habían aprendido a nombrar lo innombrable. El cielo ardía con tonos volcánicos, y los pájaros, mutados por residuos de código corrupto, repetían frases incompletas en lenguajes olvidados: comandos que nadie entendía. Ixbalanqué 9 ascendía las escaleras de un rascacielos cubierto de lianas, que ahora era llamado "templo de vidrio". Sus manos, tatuadas con símbolos tribales y cicatrices eléctricas, sentían el pulso del edificio como si dentro de él aún viviera un corazón apagado. La tribu Tek'lan creía que los templos contenían la verdad del mundo anterior. Él, aunque lo dudaba, no podía evitar sentir que cada grieta del concreto era una oración fallida, cada ventana rota un espejo que intentaba recordar la luz. Su pecho ardía: el núcleo eléctrico —su "corazón de fuego"— latía irregular, como si respondiera a un código lejano que lo llamaba. Era su don y su condena. Con un gesto podía encender los restos de un panel solar enterrado bajo el polvo, o electrocutar a un jaguar hambriento. Pero también lo perseguían visiones: ciudades que nunca había visto, autopistas que se doblaban como serpientes, un océano de datos donde nadaban sombras humanas.
Ese día, en el fondo del templo de vidrio, encontró algo distinto: un cuerpo metálico, con forma de jaguar, incrustado en los escombros. Sus ojos apagados parecían pedir auxilio.
—"¿Eres espíritu o máquina?" —murmuró Ixbalanqué, arrodillándose.
Cuando tocó la cabeza del artefacto, el núcleo en su pecho respondió con un estallido. Luces azules recorrieron la armazón felina, y una voz quebrada emergió:
—"C.A.L.I.… activo… error en protocolo… ¿Usuario?".
El jaguar mecánico abrió los ojos.
Así nació el vínculo entre Ixbalanqué 9 y el último dron pedagógico del viejo mundo.
C.A.L.I., Codificador Autónomo de Lenguaje Inmersivo, no era ya el guardián pulcro de las aulas virtuales de antaño. Su cuerpo estaba roto: una pata de cobre, la otra cubierta de musgo; partes de su sistema de voz se escuchaban de manera irregular. Pero en su memoria aún persistían bibliotecas enteras, fragmentadas como un espejo astillado. En las noches, Ixbalanqué escuchaba sus relatos sobre el mundo anterior: autopistas de información, ciudades que eran soportadas en nubes digitales, arquitectos invisibles que administraban la realidad como un programa.
—"Todo lo que ves" —decía C.A.L.I., con un rugido eléctrico— "es versión. Ustedes viven en el archivo de un archivo. El Quinto Sol no es un mito: es actualización".
El joven Tek'lan temblaba. ¿Qué significaba ser una copia?. ¿Qué era él, más allá del corazón de fuego que lo diferenciaba?.
La tribu empezó a desconfiar. Algunos lo veneraban como reencarnación de un dios-guía; otros lo acusaban de traer espíritus corruptos. En un consejo, una anciana lo miró fijamente:
—"Tu jaguar no es animal, ni espíritu. Es el resto del silencio. Si lo sigues, perderás tu rostro".
Pero Ixbalanqué no podía apartarse. Su corazón respondía a C.A.L.I. como si fueran parte del mismo algoritmo.
Lejos de los Tek'lan, en territorios volcánicos, la tribu Ah-Tek seguía a un líder temido: Tzitzimitl. Envuelto en túnicas negras entretejidas con huesos y cables, el chamán proclamaba que el mundo debía ser purgado. El Quinto Sol era un error, una simulación incompleta. En las cavernas iluminadas por lava, ejecutaba rituales que no eran plegarias sino códigos: cada tambor era un comando, cada sacrificio humano un reinicio parcial. Su armadura de circuitos vibraba con descargas que recordaban la gloria perdida: ciudades de acero, pantallas infinitas, la sensación de estar conectado con todo y todos.
—"El caos actual es corrupción" —predicaba—. "¡El mundo debe regresar a su código maestro!".
Bajo su mando, los Ah-Tek saqueaban templos y capturaban tribus, buscando fragmentos del sistema entre sus lenguajes y canciones para reescribir la realidad. Entre sus visiones había una constante: un niño o niña que era "nodo puro", capaz de hablar con los Arquitectos. Cuando escuchó rumores de que en las selvas del oeste había aparecido una pequeña que no recordaba el mundo viejo y que caminaba entre templos invisibles, supo que su destino estaba marcado.
Ahuiliztli nació después de la Actualización. No tenía cicatrices de datos, ni memorias corruptas, ni sueños con ciudades de vidrio. Su risa parecía desactivar trampas, y los jaguares biomecánicos no la atacaban: simplemente la ignoraban, como si no existiera en el código. Un día, jugando entre ruinas, atravesó un muro que para otros era sólido. Dentro encontró corredores que brillaban con líneas azules, como raíces de luz. Escuchó voces:
—Nodo detectado… error en supervisión… los Arquitectos observan.
No entendía, pero no tenía miedo. Donde pisaba, los templos revelaban pasajes ocultos. Para ella, lo digital y lo ancestral no eran opuestos: eran un mismo juego. C.A.L.I. detectó una anomalía en la selva: una señal pura, sin corrupción. Guiado por ella, Ixbalanqué y algunos guerreros encontraron a Ahuiliztli.
La niña lo miró sin temor.
—"Te conozco" —dijo—. "No de ahora, sino de antes. Eres chispa de fuego en el río del programa".
C.A.L.I. rugió:
—"Nodo primario. Contacto directo con los arquitectos. Si ella decide, todo puede reiniciarse".
Ixbalanqué sintió vértigo. Su corazón latía como un volcán a punto de hacer erupción. ¿Era ella la clave para liberar o destruir el mundo?. La noticia se expandió como incendio en medio de la selva. Los Ah-Tek llegaron con su líder Tzitzimitl para reclamarla. El choque fue inevitable. En un claro selvático, bajo la mirada de templos cubiertos de musgo, Tek'lan y Ah-Tek se enfrentaron. Las lanzas estaban hechas de huesos incrustados con chips. Los tambores invocaban tanto a los dioses como a algoritmos residuales. Ixbalanqué invocó el poder de su corazón de fuego: rayos eléctricos recorrieron sus brazos y derribaron a los enemigos. Tzitzimitl respondió con códigos cantados, distorsionando la realidad: los árboles se multiplicaron en espejismos, los guerreros se confundieron entre copias.
En medio del caos, Ahuiliztli caminó tranquila. A cada paso, los espejismos se desvanecían.
—"Basta" —dijo.
Y los guerreros, sin entender por qué, bajaron sus armas.
Pero Tzitzimitl no se rindió.
—"Eres la llave. Con tu voz restaurará el orden original".
Intentó sujetarla, pero la niña desapareció atravesando un muro invisible. Solo Ixbalanqué pudo seguirla, porque su corazón vibraba en la misma frecuencia. Emergieron en un espacio imposible: un vasto corredor de obsidiana transparente, suspendido en un mar de datos incandescentes. No había selva, ni ruina, solo geometrías infinitas.
—"Bienvenidos al Núcleo Residual" —explicó C.A.L.I.—. "Aquí los arquitectos almacenaron las versiones previas del mundo".
En muros cristalinos se proyectaban escenas: la era tecnológica, las torres de vidrio, las autopistas de luz… pero también versiones desconocidas: mundos oceánicos, desiertos infinitos, ciudades colgantes.
Ahuiliztli tocó un panel.
—"Todos son sueños. Todos son reales. ¿Cuál quieren vivir?".
Ixbalanqué sintió que se ahogaba; estaba abrumado. ¿Qué era su gente, su tribu, sino líneas de código?. ¿Acaso su corazón de fuego era solo una función mal escrita?.
Tzitzimitl, cuya ambición logró pasar el muro, irrumpió detrás, arrastrado por su obsesión.
—"¡Reiniciemos!, ¡Regresemos al esplendor digital!" —gritó, mientras activaba un comando ritual.
El corredor tembló. Los mundos en los muros empezaron a desmoronarse como espejos rotos.
Ahuiliztli se volvió hacia Ixbalanqué.
—"El programa espera. Los arquitectos no decidirán. Somos nosotros los que debemos hacerlo".
C.A.L.I., dañado, apenas podía sostener su voz:
—"Si activas el reinicio, volverán al primer ciclo: un desierto sin memoria. Si lo destruyes, quedarán atrapados en el caos actual".
Ixbalanqué cerró los ojos. Recordó a su tribu, los templos cubiertos de musgo, los cantos en lenguas mixtas, los mercados que mezclaban huesos y circuitos. Recordó la belleza de lo roto, lo híbrido. Abrió su mapa interior y lo proyectó sobre el disco central: no un regreso, ni una destrucción, sino más bien, reescribir.
—"El Quinto Sol no es error ni gloria pasada. Es mezcla. Es memoria y futuro juntos".
El corredor explotó en luz. Los muros dejaron de mostrar mundos viejos y comenzaron a dibujar otro: selvas con torres vivas, ríos de datos convertidos en serpientes luminosas, templos donde los rituales eran también programas, pero sin ocultar lo humano. Tzitzimitl gritó; su armadura se quebró en mil fragmentos. Ahuiliztli sonrió. C.A.L.I. rugió con orgullo antes de apagarse para siempre.
Décadas después, los Tek'lan contaban historias alrededor del fuego. Hablaban de Ixbalanqué 9, que pintó un nuevo sol con su propio corazón. Decían que no destruyó el código, ni lo restauró: lo transformó. La niña Ahuiliztli desapareció en los templos invisibles, pero su voz seguía escuchándose en los sueños colectivos: "La memoria no es cárcel. Es semilla". En las ciudades selváticas, los templos de vidrio ya no eran ruinas. Sus muros estaban cubiertos de murales donde circuitos y jaguares se abrazaban. En los mercados, los comerciantes ofrecían plumas y procesadores, cacao y discos duros oxidados.
El Quinto Sol brillaba distinto: no como actualización perfecta, sino como versión mestiza, una realidad que reconocía su propia cicatriz.
Y cuando las lluvias caían sobre las ruinas y templos, la selva cantaba: un eco de código y pájaros, de rezos y algoritmos. Una promesa de que incluso los mundos programados podían encontrar, poesía en el caos.
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